Jeremías 18,18-20
Dijeron: "Venid, maquinemos contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta; venid, lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos." Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.
— Comentario por Maximiliano García Cordero, op.
Encontramos aquí una situación similar a la descrita en 11:18-20. Los enemigos de Jeremías traman contra él para quitarle de delante y verse libres de sus acusaciones (v.18).
La acusación principal contra el profeta es que ha predicho la ruina de la nación y del templo, lo cual contradecía las promesas divinas: no ha de desaparecer la ley del sacerdote, el consejo del sabio y la palabra del profeta (v.18).
La teocracia hebrea se basaba espiritualmente en el sacerdote, el profeta y el sabio o escriba de la Ley. A pesar de las predicciones de Jeremías, estas instituciones permanecerán, pero son blasfemas y atentan contra la providencia que Yahvé, de ahí las palabras de ruina de la nación que anuncia Jeremías.
Así discurrían los grupos de oposición al profeta: la expresión “herirle con la lengua” alude a las maquinaciones y calumnias que urdían contra el profeta para acusarle y condenarle. Querían condenarlo ante la opinión pública como sacrilego, pues anunciaba cosas contra los intereses de la nación elegida por Dios. Es la misma acusación que los contemporáneos de Cristo hicieron contra El. Una vez más Jeremías aparece como tipo del Cristo doliente.
Al profeta, ante estas insidias y acusaciones, no le queda sino recurrir a Yahvé, que le ha prometido liberarlo de los violentos; por eso a Él acude confiado. Se siente herido por la ingratitud de su pueblo. Todo lo que ha hecho es en bien de sus compatriotas, y, sin embargo, pagan mal por bien (v.20).
En sus predicciones no ha buscado sino el arrepentimiento del pueblo para librarlo de la ira divina. Pero se lo pagan acusándole de traidor y sacrilego. Es la eterna tragedia íntima de Jeremías, que durará toda su vida hasta ver consumadas sus profecías de ruina y de exterminio.
Dijeron: "Venid, maquinemos contra Jeremías, porque no falta la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta; venid, lo heriremos con su propia lengua y no haremos caso de sus oráculos." Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con mal, que han cavado una fosa para mí? Acuérdate de cómo estuve en tu presencia, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu enojo.
— Comentario por Maximiliano García Cordero, op.
Encontramos aquí una situación similar a la descrita en 11:18-20. Los enemigos de Jeremías traman contra él para quitarle de delante y verse libres de sus acusaciones (v.18).
La acusación principal contra el profeta es que ha predicho la ruina de la nación y del templo, lo cual contradecía las promesas divinas: no ha de desaparecer la ley del sacerdote, el consejo del sabio y la palabra del profeta (v.18).
La teocracia hebrea se basaba espiritualmente en el sacerdote, el profeta y el sabio o escriba de la Ley. A pesar de las predicciones de Jeremías, estas instituciones permanecerán, pero son blasfemas y atentan contra la providencia que Yahvé, de ahí las palabras de ruina de la nación que anuncia Jeremías.
Así discurrían los grupos de oposición al profeta: la expresión “herirle con la lengua” alude a las maquinaciones y calumnias que urdían contra el profeta para acusarle y condenarle. Querían condenarlo ante la opinión pública como sacrilego, pues anunciaba cosas contra los intereses de la nación elegida por Dios. Es la misma acusación que los contemporáneos de Cristo hicieron contra El. Una vez más Jeremías aparece como tipo del Cristo doliente.
Al profeta, ante estas insidias y acusaciones, no le queda sino recurrir a Yahvé, que le ha prometido liberarlo de los violentos; por eso a Él acude confiado. Se siente herido por la ingratitud de su pueblo. Todo lo que ha hecho es en bien de sus compatriotas, y, sin embargo, pagan mal por bien (v.20).
En sus predicciones no ha buscado sino el arrepentimiento del pueblo para librarlo de la ira divina. Pero se lo pagan acusándole de traidor y sacrilego. Es la eterna tragedia íntima de Jeremías, que durará toda su vida hasta ver consumadas sus profecías de ruina y de exterminio.
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