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jueves, 25 de febrero de 2016

Jeremías 17,5-10: Será un árbol plantado junto al agua

Jeremías 17,5-10

Así dice el Señor: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones."

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde"

Este pasaje agrupa dos textos diferentes que no son escritos, probablemente, de Jeremías, sino que pertenecen más bien a la literatura sapiencial.

El primero (vv. 5-8) es un salmo que, probablemente, inspiró el Salmo 1; el segundo (vv. 9-11) engloba dos proverbios, de los que solo el primero figura en la liturgia de este día. El salmo contrapone el justo al impío en una serie de comparaciones muy sugestivas, como la del árbol. El proverbio, por su parte, insiste sobre la profundidad insospechada del corazón humano, al que solo Dios puede conocer.

El árbol de la vida

El mito antiguo del árbol de la vida (Gén 2, 9) está en el origen del tema del árbol y de sus frutos. Pero la tradición judía ha depurado este mito pagano haciendo depender los frutos de la actitud moral (Gén 3, 22).

La corriente sapiencial utiliza frecuentemente el árbol de la vida, comprendiendo dentro de esa imagen la vida moral del hombre, productora de los frutos de vida larga y de felicidad (Prov 3, 18; 11, 30; 13, 12; 15, 4).

La corriente profética, por su parte, aplicará el tema del árbol y de sus frutos a todo el pueblo, en la medida de su fidelidad a la Alianza (Is 5, 1-7; Jer 2, 21; Ez 15; 19, 10-14; Sal 79/80, 9-20) Dios destruirá el árbol que no produce buenos frutos.

Otra corriente profética compara al Rey (y también al Mesías) con un árbol (Jue 9, 7-21; Dan 4, 7-9; Ez 31, 8-9). Este cliché, corriente en las literaturas orientales, personaliza el árbol y exhorta al pueblo a permanecer unido al rey, tronco central.

El Justo, a su vez, es comparado con un árbol que produce frutos llenos de sabor, mientras que los otros árboles permanecen estériles (Sal 1; 91/92, 13-14; Cant 2, 1-3; Eclo 24, 12-27). Pero se necesita el árbol sea regado por Dios. Ezequiel prevé que la economía escatológica llevará a efecto esa fecundidad del árbol (Ez 47, 1-12).

Antes de plantar su cruz portadora del fruto eterno, Cristo denuncia el árbol de Israel, que no ha producido frutos (Mt 3, 8-10; 21, 18-19). Personalizando este tema, Juan hace del mismo Cristo el árbol que produce fruto (Jn 15, 1-6) y en el que hay que estar injertado para producir a su vez buen fruto.

Los frutos que podemos producir, injertados en el árbol de vida, que es Cristo, son los "frutos del Espíritu Santo" (Gál 5,5-26; 6,7-8,15-16), es decir, las obras que despiertan en nosotros la presencia de la vida nueva, la pertenencia al Hombre nuevo.

Finalmente, el árbol de vida será plantado definitivamente en el Paraíso, rodeado de todos los árboles portadores de frutos para la eternidad (Ap 2,7; 22,1-2,14,19).

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