Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» Marcos 3,31-35
Comentario por la Orden Carmelitana
"Las familias no pueden encerrarse en sí mismas"
Los parientes llegan a la casa donde se encuentra Jesús. Probablemente venían de Nazaret. De allí hasta Cafarnaún hay unos 40 km. Su madre estaba con él. No entran, pero envían un recado: ¡Tu madre, tus hermanos y tus hermanas, están afuera y preguntan por ti!
La reacción de Jesús es firme: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y él mismo responde apuntando hacia la multitud: ¡Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre!
Para entender bien el significado de esta respuesta conviene mirar la situación de la familia en el tiempo de Jesús.
En el antiguo Israel, el clan, es decir la gran familia (la comunidad) era la base de la convivencia social. Era la protección de las familias y de las personas, la garantía de la posesión de la tierra, el cauce principal de la tradición, la defensa de la identidad. Era la manera concreta que la gente tenía de encarnar el amor de Dios en el amor al prójimo. Defender el clan era lo mismo que defender la Alianza.
En Galilea, en el tiempo de Jesús, a causa del sistema implantado durante los largos gobiernos de Herodes Magno (37 aC a 4 a.C.) y de su hijo Herodes Antipas (4 a.C. a 39 d.C.), el clan se estaba debilitando. Había que pagar impuestos tanto al gobierno como al Templo y la deuda pública crecía. Al mismo tiempo dominaba la mentalidad individualista de la cultura helenista, había frecuentes amenazas de represión violenta de parte de los romanos, la obligación de acoger a los soldados y de hospedarles, los problemas cada vez mayores de supervivencia, todo esto llevaba las familias a encerrarse en sus propias necesidades.
Esta cerrazón se veía reforzada por la religión de la época. Por ejemplo, quienes dedicaban su herencia al Templo, podían dejar a sus padres sin ayuda. Esto debilitaba el cuarto mandamiento que era el gozne del clan (Mc 7,8-13). Además de esto, la observancia de las normas de pureza era factor de marginalización para mucha gente: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, endemoniados, publicanos, enfermos, mutilados, paralíticos.
Y así, la preocupación por los problemas de la propia familia impedía que las personas se unieran en comunidad. Ahora, para que el Reino de Dios pudiera manifestarse en la convivencia comunitaria de la gente, las personas tenían que superar los límites estrechos de la pequeña familia y abrirse, nuevamente, a la gran familia, a la Comunidad. Jesús nos da el ejemplo. Cuando su familia trató de apoderarse de él, reaccionó cambiando la comprensión de lo que la familia era para muchos: “¿Quién es mi made, quiénes son mis hermanos?” Y él mismo da la respuesta apuntando hacia la multitud alrededor: ¡Aquí están mi madre y mis hermanos! ¡Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre! (Mc 3,33-35). Creó comunidad.
Jesús pedía lo mismo a todos los que querían seguirlo. Las familias no podían encerrarse en sí mismas. Los excluidos y los marginados debían ser acogidos dentro de la convivencia y, así, sentirse acogidos por Dios (cf. Lc 14,12-14). Este era el camino para alcanzar el objetivo de la Ley que decía: “No debe de haber pobres en medio de ti” (Dt 15,4).
Como los grandes profetas del pasado, Jesús procura reforzar la vida comunitaria en las aldeas de Galilea. El retoma el sentido profundo del clan, de la familia, de la comunidad, como expresión de la encarnación del amor de Dios en el amor hacia el prójimo.
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