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lunes, 18 de enero de 2016

Marcos 2,18-22: Diferencias entre el Antiguo Testamento y el Evangelio, por D. Félix García O.P.

Marcos 2,18-22

En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: "Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?" Jesús les contestó: "¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán". Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado, porque la pieza tira del manto -lo nuevo de lo viejo- y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos".

— Comentario por  D. Félix García O.P., Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro, Lugo, España.

Estamos ante una muestra más de las diferencias que con Jesús se establecen entre el Antiguo Testamento y el Evangelio: Los discípulos de Juan y los de los Fariseos ayunan por una imposición legal de la Ley antigua. No atienden a las circunstancias que rodean el hecho del ayuno, sino a la celebración ritual del mismo. Este ayuno no cambia nada en la persona, no la mejora, la entristece; se hace porque está mandado y nada más.

Jesús no se opone al ayuno, pero sí lo supedita a las circunstancias del hombre. El ayuno ha perdido su importancia absoluta para pasar a ser una forma de disciplina corporal, de higiene, de elemento para mejorar al hombre, no para sacrificarlo sin más.

Igual que en otro momento va a situar al sábado en su lugar, es decir: subordinado al hombre, en este caso lo hace con el ayuno. El ayuno o sirve para mejorar al hombre o no sirve de nada.

La segunda parte del fragmento que hoy leemos nos habla de remiendos y vinos. Son imágenes tan obvias, tan aprehendidas a simple vista, que nos quedamos ahí, sin entender la relación con los versículos anteriores o los siguientes.

Sin embargo, es fácil entender que Jesús está hablando de la novedad de su mensaje. El Dios justiciero y vengativo que necesita mortificar y entristecer al hombre, que le quiere arrodillado y dando golpes de pecho, la Ley judía es el paño viejo no puede admitir el remiendo de tela nueva que significa el mensaje de Jesús. El remiendo nuevo rompe más aún el traje viejo.

La buena noticia de Jesús, el Evangelio que predica, es el vino nuevo que rompe los viejos odres veterotestamentarios. No se puede contemplar en toda su plenitud desde la óptica de la antigua ley mosaica; no porque ésta sea mala, sino porque contempla una cara, un rostro de Dios que a duras penas puede coincidir con el Dios paterno-maternal que Jesús nos enseña.

Al Dios sanguinario de Samuel sucede y deja paso al Dios Misericordia de Jesús. El camino de la salvación es largo y progresivo: el Dios terrible va dejando asomar a través de los siglos el corazón compasivo del Dios de Jesús. No porque sean distintos, sino porque el hombre va descubriendo con la marcha de la historia el amor del que solo es Amor.

¿Cuál es el Dios que nosotros vemos: el de Samuel o el de Jesús?
¿Hemos progresado lo suficiente para ser túnica nueva, odre nuevo, hombre nuevo que no se rompa con el vino nuevo del Evangelio de Jesús?

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