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jueves, 28 de enero de 2016

El día que Tomás de Aquino dejó de escribir, por Carlos J. Rodríguez


Un rasgo fundamental para poder entender el carisma de la Orden de Predicadores es la búsqueda constante de la verdad a través del estudio de la realidad. Tomás de Aquino, como seguidor de Sto. Domingo de Guzmán, lo hizo una y otra vez, siendo una figura relevante hasta nuestros días por la profundidad de sus enseñanzas teológicas y filosóficas. Lo más interesante, aquello que le alcanzó el título de “santo”, viene de una fascinante relación con Dios, quien lo cautivó desde que estudiaba en la abadía benedictina de Montecasino.

Todo lo que escribió le sirvió para llegar al punto más alto de su vida espiritual. Sucedió unos meses antes de morir (alrededor de 1274). Tras haber tenido una fuerte experiencia mística que le acercó a Dios como nunca antes, llegó a decir: “Es que, comparando con lo que vi en aquella visión, lo que he escrito es muy poca cosa”. De ahí que dejara de escribir. Sus obras, lejos de ser tiempo perdido, le sirvieron como programa o itinerario para llegar a lo que los teólogos místicos llaman “cuarta etapa”; es decir, la contemplación del misterio de Dios en un grado que escapa a las palabras. Solamente el “si” de la propia vida, de la existencia, puede corresponder al amor expresado en la cruz.

¿Qué nos enseña Sto. Tomás? Ante todo, la necesidad de buscar y, al mismo tiempo, de dejarnos encontrar por Dios. Urge despertar, tomar nota y consciencia acerca de la esencia de la vida, la razón por la que estamos aquí. Cuando entendemos y ponemos en práctica todo esto, superamos el vacío del sinsentido, de la falta de claridad en las opciones personales que para Sto. Tomás de Aquino, era la principal esclavitud de la que había que liberarse. Es importante aprovechar la oración, vivir la fe con naturalidad y, desde ahí, encontrar por encima de los prejuicios, del secularismo que nos rodea, la verdad de Jesús.

Fuente: religionenlibertad.com

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