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miércoles, 14 de febrero de 2018

El verdadero penitente se da cuenta de que no es tan fuerte como creía, por Julio González, S.F.





Al recibir la ceniza en la misa del Miércoles de Ceniza, escuchamos estas palabras: “Polvo eres y en polvo te convertirás” o "arrepiéntete y cree en el Evangelio".

La significado de estas palabras no es que somos pesimistas ni que el sacerdote esté de mal humor. Estas palabras son una llamada a que seamos humildes, es decir, a que nos veamos como realmente somos: de carne y hueso, vulnerables, con muchas limitaciones y debilidades que, lejos de separarnos de Dios, ponen en evidencia nuestra necesidad de pedir ayuda y confiar en Él.

Las palabras “polvo eres y en polvo te convertirás” evocan el comienzo del Libro del Génesis, en donde Dios actúa como el alfarero que nos forma del barro o polvo de la tierra.

La Cuaresma debe ayudarnos a reconocer que no somos tan inteligentes, tan fuertes, tan buenos... como a veces nos creemos o pretendemos ser. Ayunamos, damos limosna y oramos con más persistencia, para darnos cuenta de nuestra fragilidad física, emocional y espiritual. Si la penitencia nos hace sentir más fuertes o mejores que los demás, entonces, no la hacemos bien. El verdadero penitente se dará cuenta durante los próximos 40 días de que no es tan fuerte como pensaba.

La Cuaresma es un tiempo para reconocer nuestras debilidades, enfermedades y pecados. Algunos creyentes piensan que no hay necesidad de confesar los pecados ante el sacerdote y deberían tomarse muy en serio esta alternativa: confiesen su pecado y pidan perdón a la persona que han ofendido, manipulado o maltratado. Decir “mis pecados solamente se los digo a Dios” son palabras vacías si no las apuntalamos con gestos, actitudes... que apoyen lo que decimos.

Puede ocurrir que la persona ofendida no esté preparada para perdonar. A Dios gracias, Él siempre está preparado para perdonarnos; por eso, el sacramento de la confesión es tan importante: porque aunque algunos no sepamos o podamos perdonar, el Señor perdona nuestros pecados en virtud de su sacrificio en la cruz y nuestro arrepentimiento.

En un contexto de paz y harmonía, sería normal pasar desapercibido cuando practicamos buenas obras; sin embargo, en la situación presente de disión, conflicto, e incluso, muchas veces, indiferencia, os propongo otra opción: estamos todos tan influidos por la cultura de la comodidad y el placer, que no nos viene mal seguir el ejemplo del hermano o la hermana que, sin hipocresía, se sacrifica por los menos afortunados. Necesitamos darnos testimonio mutuamente; es más, los niños y jóvenes pueden aprender la importancia del sacrificio si alguien les ofrece testimonio de disciplina y sacrificio. Pero sin ser hipócritas y sin llevar una doble vida.

Finalizo estos pensamientos haciendo hincapié en que la espiritualidad de la cuaresma no es triste ni pesimista. Solamente quienes tienen esperanza e ilusión encuentran la motivación para perseverar en su ayuno, pruebas físicas, emocionales y espirituales. Aquéllos que no tienen ilusión y esperanza no encontrarán sentido al esfuerzo y, mucho menos, al sacrificio.


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