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martes, 18 de octubre de 2022

De la homosexualidad en el Nuevo Testamento, por Luis Antequera

De los ocho autores que componen el Nuevo Testamento, a saber, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pedro, Santiago (el Menor), Judas y Pablo, sólo dos tratan el tema de la homosexualidad, Judas y Pablo, si bien aquél se limita a una breve reseña en forma de referencia al episodio bíblico de Sodoma que le sirve para ratificarse en el tratamiento que al tema da la Ley mosaica:

“Y lo mismo Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, que como ellos fornicaron y se fueron tras una carne diferente, padeciendo la pena de un fuego eterno, sirven de ejemplo” (Jud. 7).

El gran tratadista neotestamentario de la homosexualidad es, sin embargo, Pablo, que la trata, eso sí, expresando siempre su propia opinión, lo que quiere decir que por lo que sabemos y queda escrito sobre él, Jesús jamás se pronuncia sobre el tema, ni en una dirección ni en otra. Y eso que no han faltado quienes han querido encontrar alguna alusión en el pasaje que recoge Mateo en el que dice Jesús “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (Mt. 19,5).

Más allá de que no son palabras cuya autoría corresponda a Jesús, quien se limita aquí a citar el Génesis (cfr. Gn. 2,24), cabe oponer a dicha posición dos objeciones: primero, la de que se trata de una afirmación meramente positiva, sin condena de la posición contraria; segundo, la de que Jesús no la utiliza en un alegato contra la homosexualidad, sino en un argumento por la indisolubilidad que reza, completo, de la siguiente manera:

“¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?’ De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt. 19,4-6).

San Pablo, como decimos, sí que se moja en lo relativo al tema. Así, en su Carta a los Romanos, entre las muchas faltas que atribuye a los gentiles desconocedores de la ley, les reprocha ésta también:

“Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío” (Ro. 1,24-27).

Donde llama la atención la alusión expresa a la homosexualidad femenina -“pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza”- una alusión que no recoge en ningún momento el Antiguo Testamento.

Pablo incluso refiere la pena que la Ley divina prevé para el caso:

“Aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen” (Ro. 1,32).

Se refiere sin duda a lo que dicta el Levítico cuando dice:

“Si un varón se acuesta con otro varón, como se hace con una mujer, ambos han cometido una abominación: han de morir; su sangre sobre ellos” (Lv. 20,13).

Una nueva alusión a lo que la Ley recoge para los homosexuales recoge Pablo cuando en la que es una de sus últimas cartas, la primera de las dos que dirige a Timoteo, vuelve a decir:

“Sí, ya sabemos que la Ley es buena, con tal que se la tome como ley, teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales, traficantes de esclavos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana doctrina, según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que se me ha confiado” (1 Tim. 1,8-11).

No es la única consecuencia aneja a las conductas que comentamos, sino que otra, en el pensamiento de Pablo aún más terrible, espera a los homosexuales, como con toda claridad expone en su Carta a los Corintios:

“¡No os engañéis! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios” (1 Co. 6,9-10).

Y sin más por hoy, queridos amigos, sino desearles como siempre que hagan mucho bien y no reciban menos, me despido de Vds. una vez más, con la promesa de estar de nuevo mañana por aquí salvo caso fortuito o fuerza mayor, como diría un abogado.

Fuente: religionenlibertad.com

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