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jueves, 27 de febrero de 2014

8 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, Año A, por Mons. Francisco González, S.F.

Isaías 49,14-15
Salmo 61: Descansa sólo en Dios, alma mía
1 Corintios 4,1-5
Mateo 6,24-34


Isaías 49,14-15

Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado." ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Salmo 61: Descansa sólo en Dios, alma mía

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación;
mi alcázar: no vacilaré.
R. Descansa sólo en Dios, alma mía

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
R. Descansa sólo en Dios, alma mía

De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón.
R. Descansa sólo en Dios, alma mía

1 Corintios 4,1-5

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Mateo 6,24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos."

— Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

En la primera lectura de Isaías (Is 49,14-15) percibimos el lamento del pueblo de Israel, el exilio ha sido algo catastrófico para ellos y todas aquellas proezas de Dios a favor de su pueblo no son suficientes para contentarlo: “Me ha abandonado el Señor, se ha olvidado de mí”.

La humildad puede ser la gran lección que nos deje la experiencia de ser olvidados y enriquece así nuestras vidas, pero también nos puede destruir. El Señor responde rápidamente a este clamor: “¿Puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas?” (Is 49,15).

Dios alude a sus instintos maternales, por eso dicen que el amor de una madre es el más parecido al amor divino, y Él le recuerda a su pueblo que aunque una madre se olvidara de su hijo (algo imposible) Él nunca lo hará.

San Pablo nos recomienda hoy dos virtudes en la segunda lectura (I Cor. 4,1-5): responsabilidad y fidelidad como buenos administradores de lo mucho que el Señor nos ha dado con la vida y con la vocación cristiana.

En el evangelio (Mt 6, 24-34), el Maestro recomienda a los suyos una confianza ilimitada en Dios Padre, que es la forma más humana de vivir la fe. Todo el Sermón nos ofrece un cambio radical de forma de pensar y actuar, pues no es simplemente hacer una decisión entre el bien y el mal, sino entre lo bueno y lo mejor.

No basta ser un buen hombre; no basta con colectar méritos y prácticas religiosas; hace falta lo esencial: la misericordia y la justicia con el prójimo, vender todo y darse todo a los demás.

Jesús advierte a sus discípulos acerca de servir con lealtad a dos amos que no se entienden. Pues llegará el momento que uno debe decidir por uno o por el otro, y llegará sencillamente a odiar a uno y amar o servir al otro. Leemos en Mateo: "Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero".

El Señor ha venido a establecer el Reino de Dios, lo anunció, lo explicó, lo presentó. Muchos seguimos todavía afanados por nuestro reino, el de aquí, el de los bienestares inmediatos, el que nos facilita, pensamos nosotros, y nos da satisfacción inminente.

Hablar de la nueva evangelización es importante, pero la nueva evangelización no puede ser sólo palabras. Ser discípulo significa que nos tenemos que parecer cada día más a Cristo en nuestras acciones y nuestras palabras, clero o laico. Los jóvenes necesitan ver líderes. Quien ha dejado la Iglesia le impresionan más nuestras acciones que nuestras palabras.

Estamos preocupados por el comer, vestir, divertirse, avanzar en nuestra carrera, el adquirir prestigio, en conseguir honores todo lo cual se quedará por aquí, sin embargo al preocuparnos por el reino de Dios actuamos, primero y ante todo, para que Él sea glorificado, y después para que haya justicia, para que los líderes mundiales trabajen por una justa distribución de los bienes y todos puedan comer.

Al trabajar por el Reino, o sea por crear un mundo justo, dedicado a la verdad, viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios, donde se busca la paz y reina el amor, es confiar en el Dios que como madre “no nos va a olvidar”. Y así como Él no nos olvida, nosotros tampoco nos olvidemos en proclamar nuestra confianza en Él que nos salva.

La lectura y reflexión de este pasaje evangélico de San Mateo podría servirnos a todos a cuidar y usar las cosas de este mundo de acuerdo con nuestras verdaderas necesidades y no basados en el capricho que conduce al desperdicio y destrozo de gran parte de nuestro planeta y de sus recursos, todo lo cual fue creado por el Dios que nos ama.

Sólo quien es capaz de abrir toda su existencia al amor y a la solidaridad con los hermanos, especialmente con los más pobres, puede comprender y participar del Reino de Dios.

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