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sábado, 12 de noviembre de 2022

33 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, SF.


"En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, 
por la calidad de la piedra y los exvotos", Lc 21,5-19


Comentario por Mons. Francisco González, S.F.

Parece como si el profeta Malaquías (primera lectura) estuviera viviendo y escribiendo en nuestros días. Nos habla en su libro de la indiferencia religiosa de la sociedad de aquel tiempo, algo muy parecido a lo que los obispos europeos dijeron después de su primer sínodo que “Europa sufría un vacío espiritual porque mucha gente dejaba a Dios de lado”. Iglesias vacías y fiestas religiosas carentes de religiosidad alguna, preocupados más por ir a la playa, a la montaña o a donde sea, todo menos dar a Dios lo que es de Dios. Desde ese sínodo ha pasado ya varios años, la situación está mejorando en algunos aspectos.

Y por eso es muy oportuno que el papa Francisco escogiera la familia como tema principal para su primer Sínodo: "Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización" y algunas de las problemáticas que se presentan en la Iglesia, como la acogida y la comunión de los católicos divorciados. Programado para la próxima General del Sínodo de Obispos, del 5 al 19 de octubre de 2014.

Como he repetido en varias ocasiones: “El futuro de la sociedad se fragua en la familia”, frase célebre del beato Juan Pablo II, en su exhortación apostólica “Familiaris Consortio” (1981).

En el oráculo que hoy leemos vemos a Dios en su justicia: “No quedará de ellos, los que se han apartado de Él, ni ramas ni raíces”. El Señor estaba cansado de su pueblo “que se había ido apartando de sus preceptos, que ya no obedecían”. Creo que podríamos tomar estas palabras del Señor como una llamada a nuestra conciencia, como una advertencia: uno recoge lo que siembra.

Dios también habla y consuela a los que res-petan su nombre, su persona, para ellos “brillará el sol de justicia y les traerá rayos de salud”.

El evangelio es como una campana que nos llama a la vigilancia. Seguro que habrá quienes lo lean en clave de hoy. Las catástrofes que hemos vivido en los recientes años y la más reciente en las Islas Filipinas, les dirán a algunos que el final se acerca, incluso se atreverán a sentirse eufóricos porque los hechos están avalando sus constantes profecías de cataclismo universal. Pues no, la verdad es que no sabemos cuándo llegará el final y, como apunta un comentarista de este evangelio, san Lucas lo que intenta es “desenmascarar a los falsos profetas y poner atención a cómo se debe dar testimonio de la fe en Cristo en momentos de persecución”.

Persecución, una palabra que nos aterra y con razón. Tantas historias que hemos leído de persecución religiosa. Sin duda que entre nuestra gente hay quienes la han vivido en su propia carne. Debemos mencionar también una persecución más solapada, la de nuestra sociedad consumista y hedonista, la sociedad que pregona y suavemente, pero con poder arrollador, impone un criterio de vida antievangélico, una cultura de muerte, de muerte universal, donde acabamos con el amor, con el gesto del perdón y misericordia, con el espíritu de solidaridad hacia los marginados, con la fraternidad universal sin miedos y sin fronteras. Este segundo tipo de persecución sea, tal vez, más peligroso y destructor, pues sin darnos cuenta vamos perdiendo la VIDA, en mayúscula.

El enemigo, cuando se disfraza con nuestro uniforme, es más difícil de reconocer, y para cuando nos queremos dar cuenta, como caballo de Troya, ya está dentro de nosotros hiriéndonos mortalmente.

El evangelio pide vigilancia y, sobre todo, confianza en el Señor, que Él nos dará la palabra, nos conferirá la sabiduría, nos proveerá de la fortaleza necesaria para descubrir al enemigo, por más enmascarado y brabucón que se nos presente, y así permanecer firmes y recibir la salvación que el Señor nos ha prometido.

Vigilancia, firmeza y confianza en Dios son virtudes que debemos practicar en nuestro tiempo de espera. Una falsa noción de los Tesalonicenses ante la Venida del Señor, hace que su comportamiento deje mucho que desear. Pablo lo describe así: “Viven sin ninguna disciplina y no hacen nada, muy ocupados en meterse en todo”. Por eso hermano/a, mientras esperamos, hagámoslo en actitud de espera activamente comprometida.

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