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sábado, 8 de octubre de 2022

Lucas 17:11-19: Los leprosos y el leproso, por M. Dolors Gaja, M.N.



Comentario M. Dolors Gaja, MN

Seguimos en ese largo camino hacia Jerusalén en el cual Jesús va enseñándonos qué espera de nosotros.

LOS LEPROSOS

Los leprosos, en tiempos de Jesús, eran apartados y excluidos de la vida social. Vivían a las afueras de los pueblos y estaban obligados a gritar “impuro, impuro” si alguien se les acercaba, lo cual no solía ocurrir pues la lepra – que con frecuencia no era tal sino alguna enfermedad de la piel- causaba pánico en tiempos de Jesús.

La desgracia une. Imaginemos al leproso expulsado de su casa, su familia, su hogar y trabajo. Los primeros días vaga sin rumbo fijo hasta que, los que sufren la misma humillación, lo acogen en su grupo. Un leproso necesita compañía, calor humano. Por las indicaciones geográficas de Lucas podemos pensar que esos hombres sanos jamás se hubieran juntado con un samaritano. Pero la desgracia ha hecho caer, como tantas veces, los fantasmas de los prejuicios.

Jesús pasa pero no parece detenerse frente a ellos, como hace en otros casos. No obstante es para este segundo grupo para quien ha venido Jesús: No he venido para los justos sino para los pecadores. Pero deja que ellos le llamen: ¡Jesús! Le conocen, saben quién es y cómo se llama. El texto dice que “salieron a su encuentro”, lo buscaron. Alguno ha oído hablar del Hijo del carpintero y convence a los otros de que es su esperanza, los arrastra …Se saben impuros y le gritan desde lejos.

¡Maestro! ¡Rabbí! Le reconocen una sabiduría superior, le saben hombre de Dios. ¡Ten compasión de nosotros! Qué preciosa súplica. No piden a Jesús nada concreto, no aluden a la salud. Jesús ya ve, ya sabe, ya conoce sus necesidades. Ojalá mi oración fuera como la de estos leprosos. Esos diez leprosos representan la humanidad enferma que necesita ser curada…

EL LEPROSO

Jesús les escucha y responde a su petición no expresada. Pero les hace hacer un acto de fe porque al sacerdote se presentaba aquel que ya estaba sano para que éste certificara su curación y pudieran reintegrarse. Jesús los envía como si ya estuvieran sanados y “en el camino” quedaron sanos.

Es el camino el que sana, es nuestra colaboración, la obediencia a la orden de Jesús lo que permite el gran milagro. Porque como decía Agustín “Aquel que te hizo sin ti, no te salvará sin ti”. El milagro necesita dos actores: Jesús y la persona. Jesús y yo.

Pero sólo uno “se volvió”. Sólo uno dejó la meta a la cual se dirigía para reconocer a Jesús meta de su gratitud. Volverse significa convertirse. De entre diez todos vivieron el milagro pero sólo uno se convirtió. Y al convertirse dejó que el milagro se completara porque sólo él puede oir de labios de Jesús: tu fe te ha salvado.

Hay aquí dos curaciones: la física…y la del corazón. La proporción parece tristemente  exacta: recibimos tanto y vamos tan poco a dar las gracias…

Jesús pregunta por los otros. Ojalá que ninguna noche me encuentre a faltar porque acaba el día sin darle gracias, sin glorificarle, sin alabarlo, sin acercarme a Él.

Lucas remacha el clavo: el que volvió, el de corazón agradecido y bien nacido era “un samaritano”, un extranjero. Y seguimos viendo que así ocurre en la vida, que los que tenemos de todo con frecuencia no agradecemos nada.

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