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jueves, 6 de junio de 2013

10 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, C, por Mons. Francisco González, S.F.

I Reyes 17,17-24
Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Gálatas 1,11-19
Lucas 7,11-17

I Reyes 17, 17-24

En aquellos días, cayó enfermo el hijo de la señora de la casa. La enfermedad era tan grave que se quedó sin respiración. Entonces la mujer dijo a Elías:
— ¿Qué tienes tú que ver conmigo? ¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?
Elías respondió:
— Dame a tu hijo.
Y, tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó en su cama. Luego invocó al Señor:
— Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo?"
Después se echó tres veces sobre el niño, invocando al Señor:
— Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración.
El Señor escuchó la súplica de Elías: al niño le volvió la respiración y revivió. Elías tomó al niño, lo llevó al piso bajo y se lo entregó a su madre, diciendo:
— Mira, tu hijo está vivo.
Entonces la mujer dijo a Elías:
— Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.

Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Gálatas 1,11-19

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor.

Lucas 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores." Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo." La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Comentario por Mons. Francisco González, S.F.,
Obispo Auxliar de Washington, D.C.


La muerte, ¡qué gran misterio! Sabemos que moriremos, sabemos que todo el que nace muere. Sabemos que tanto niños, como jóvenes, personas maduras y ancianos mueren. No sabemos cuándo ni cómo. Algunos mueren por enfermedad, otros en accidentes, hay quienes son víctimas de terrorismo o guerra. Sea como sea, la muerte es la compañera inseparable del ser humano, y, sin embargo, a pesar de la certeza de la misma empleamos mucha energía en ignorarla, incluso casi queriéndola negar o disimular. Muchos cementerios no permiten monumentos o mausoleos, y los hacen parecer como jardines. Hay que olvidar la muerte.

Dos de las lecturas de este domingo nos hablan de la muerte, pero también de la vida, y en especial del corazón de Jesús, que se conmueve ante de la situación de la viuda de Naín camino del camposanto para enterrar a su único hijo. Jesús ve a esa madre desconsolada, destrozada y le dice sólo dos palabras: No llores.

El Maestro se acerca a los que llevaban el ataúd, (ellos se pararon) y dijo: “Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!” El joven muerto se incorporó, empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.

Este milagro de Jesús tiene una gran diferencia del que encontramos en la primera lectura, donde el profeta como si hiciera cosas de magia, sigue como una especie de rito. Jesús, no. Simplemente manda, dice unas palabras y el muerto vuelve a la vida. Estos milagros de Jesús son el signo de su mesianismo, signos que anunciaban la llegada del Mesías, pues como podemos leer unos versículos más adelante, cuando Juan el Bautista que se entera de estas cosas, manda a dos de sus discípulos a Jesús para preguntarle si era él el que esperaban o tenían que aguardar a otro. Jesús les responde pidiéndoles que informen a Juan de lo que han visto: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la buena nueva”.

Ya desde su discurso programático en la sinagoga de Nazaret, Jesús se nos muestra muy preocupado por los que sufren y él se convierte no solamente en el pregonero de la buena nueva, sino en buena noticia para los que sufren, él es fuente de esperanza para aquel mundo y el nuestro, cargado con pesas muy pesadas que son difíciles de acarrear y que son agobiantes, principalmente para los débiles.

Situaciones como la presentada en este pasaje evangélico, me hace recordar también a esas personas que imitándole también están a nuestro alrededor con esas palabras que suavizan el dolor: no llores, e inmediatamente se ponen a nuestro lado para ir dándonos esa vida, esa felicidad y ganas de vivir que habíamos perdido.

El mensaje del Mesías es trabajar para poder vivir la vida a plenitud, para que en los casos en los que eso no sucede, sepamos ser compasivos y solidarios con los que sufren sed, los que carecen de comida y vestido, los que buscan y no encuentran justicia, los que padecen enfermedad. El mesianismo de Jesús es de salvación, de querer salvar a todo el mundo, de preocupación por la mujer que perdió a su hijo y de toda mujer a quien se le ha negado su dignidad, o la oportunidad de ser quien es.

No llores, nos dice el Señor, pues aquí estoy contigo hasta el final de los tiempos, siendo siempre tu salvador, tu amigo, tu hermano.

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