Isaías 6, 1-2.3-8
Salmo 137,1-8: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
1 Corintios 15, 1-11
Lucas 5, 1-11
Isaías 6,1-2.3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!" Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos." Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado." Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Contesté: "Aquí estoy, mándame."
Salmo 137: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
1 Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Lucas 5,1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar." Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes." Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador." Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres." Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
El tema común que corre a través de Liturgia de la Palabra para este fin de semana es, sin duda alguna, el tema de la "vocación".
En la primera lectura, el llamado de Isaías. En la segunda lectura, San Pablo explica que él es también apóstol porque fue llamado por el Señor. Por último, en este comienzo del capítulo 5 de San Lucas encontramos la narración del momento en que Cristo anuncia a las dos parejas de hermanos, que desde ahora en adelante serán "pescadores de hombres".
En tiempos pasados más que ahora, aunque sin embargo todavía se dá, al hablar de vocación se pensaba siempre en los llamados a la vida consagrada. Todo cristiano tiene una vocación, pues todo cristiano ha sido llamado por Dios a la fe por el bautismo que hemos recibido y de ahí se sigue que hemos sido todos llamados a la conversión, al discipulado, a la santidad y al apostolado. Cada uno según los carismas que haya recibido, pero todos participamos de ese llamado.
Por el bautismo recibimos la vida de la gracia, la vida divina, el Espíritu que nos fortalece y guía para hacer profesión de nuestra fe en Dios. Cristo desde el comienzo de su ministerio público llama a la conversión. Nosotros, si respondemos con generosidad, podemos llegar a la santidad, no por nuestros méritos propios, sino por la gracia del mismo Dios que nos ha llamado y nunca nos abandona.
Todo llamado de Dios incluye una misión, el apostolado que todo bautizado debe hacer y que en estos tiempos el Papa y nuestro arzobispo nos lo recuerda constantemente con la invitación urgente que nos han hecho a toda la Iglesia para una nueva evangelización, que es el mismo mensaje de siempre: CRISTO RESUCITADO, pero anunciado con una nueva energía y entusiasmo, en una forma que llegue al corazón del ser humano y de las instituciones políticas, sociales, económicas, artísticas y demás que están a su servicio.
En los relatos de estos tres llamados que estamos contemplando en la liturgia de este fin de semana, encontramos en los tres casos el itinerario del desarrollo de la vocación que se dá en la Sagrada Escritura. Comienza todo con la iniciativa de Dios que llama y el asombro, rayando en un miedo reverencial por parte de la persona que ha entrado en contacto con la divinidad. Un segundo paso ocurre cuando el Dios que llama explica la misión que le quiere confiar y por último la respuesta del que ha sido llamado.
En la primera lectura vemos al profeta Isaías, una vez purificado, respondiendo al Señor: "Aquí estoy, mándame". San Pablo cuenta cómo también a él se le apareció el Señor y cómo desde entonces, cambiando su vida totalmente, se ha dedicado a responder y ser fiel al llamado recibido, y que como muy bien apunta todo se lo debe a la gracia de Dios. Por último los pescadores que abandonan la seguridad de su propio trabajo, para dedicarse a algo que todavía es más incierto que su propio oficio.
Jesús claramente nos dá a entender que busca colaboradores para su misión y trabajo. Él ha decidido no hacerlo todo, por eso, llama y sigue llamando a la gente para convertirla en “pescadores de hombres”. El establecimiento del Reino de Dios pide que colaboremos con Jesús en esa misión.
En las confirmaciones y donde quiere que vaya trato de hablar de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. ¿No te gustaría responder a la pregunta del Señor sobre tu disponibilidad? Como lo hizo Isaías y más tarde Pedro y sus compañeros: “Aquí me tienes, mándame a mí.”
Se necesitan voluntarios para la misión de proclamar la Buena Nueva, que es (2º lectura): Jesús murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día, y nosotros estamos llamados a participar de la misma. Todo un mensaje de Buena Nueva.
Nuestra fe se fortalece, nuestra conversión se profundiza, nuestra santidad se realiza, nuestra misión se cumple cuando permitimos que Dios opere en nosotros sin que le pongamos obstáculos ni cortapisas. El ejemplo más sublime de vocación lo tenemos en la Santísima Virgen. El llamado fue divino, la respuesta perfecta: ‘Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu voluntad’ (Lc. 1,38).
Salmo 137,1-8: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
1 Corintios 15, 1-11
Lucas 5, 1-11
Isaías 6,1-2.3-8
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!" Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos." Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado." Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Contesté: "Aquí estoy, mándame."
Salmo 137: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
1 Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Lucas 5,1-11
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar." Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes." Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador." Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres." Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
El tema común que corre a través de Liturgia de la Palabra para este fin de semana es, sin duda alguna, el tema de la "vocación".
En la primera lectura, el llamado de Isaías. En la segunda lectura, San Pablo explica que él es también apóstol porque fue llamado por el Señor. Por último, en este comienzo del capítulo 5 de San Lucas encontramos la narración del momento en que Cristo anuncia a las dos parejas de hermanos, que desde ahora en adelante serán "pescadores de hombres".
En tiempos pasados más que ahora, aunque sin embargo todavía se dá, al hablar de vocación se pensaba siempre en los llamados a la vida consagrada. Todo cristiano tiene una vocación, pues todo cristiano ha sido llamado por Dios a la fe por el bautismo que hemos recibido y de ahí se sigue que hemos sido todos llamados a la conversión, al discipulado, a la santidad y al apostolado. Cada uno según los carismas que haya recibido, pero todos participamos de ese llamado.
Por el bautismo recibimos la vida de la gracia, la vida divina, el Espíritu que nos fortalece y guía para hacer profesión de nuestra fe en Dios. Cristo desde el comienzo de su ministerio público llama a la conversión. Nosotros, si respondemos con generosidad, podemos llegar a la santidad, no por nuestros méritos propios, sino por la gracia del mismo Dios que nos ha llamado y nunca nos abandona.
Todo llamado de Dios incluye una misión, el apostolado que todo bautizado debe hacer y que en estos tiempos el Papa y nuestro arzobispo nos lo recuerda constantemente con la invitación urgente que nos han hecho a toda la Iglesia para una nueva evangelización, que es el mismo mensaje de siempre: CRISTO RESUCITADO, pero anunciado con una nueva energía y entusiasmo, en una forma que llegue al corazón del ser humano y de las instituciones políticas, sociales, económicas, artísticas y demás que están a su servicio.
En los relatos de estos tres llamados que estamos contemplando en la liturgia de este fin de semana, encontramos en los tres casos el itinerario del desarrollo de la vocación que se dá en la Sagrada Escritura. Comienza todo con la iniciativa de Dios que llama y el asombro, rayando en un miedo reverencial por parte de la persona que ha entrado en contacto con la divinidad. Un segundo paso ocurre cuando el Dios que llama explica la misión que le quiere confiar y por último la respuesta del que ha sido llamado.
En la primera lectura vemos al profeta Isaías, una vez purificado, respondiendo al Señor: "Aquí estoy, mándame". San Pablo cuenta cómo también a él se le apareció el Señor y cómo desde entonces, cambiando su vida totalmente, se ha dedicado a responder y ser fiel al llamado recibido, y que como muy bien apunta todo se lo debe a la gracia de Dios. Por último los pescadores que abandonan la seguridad de su propio trabajo, para dedicarse a algo que todavía es más incierto que su propio oficio.
Jesús claramente nos dá a entender que busca colaboradores para su misión y trabajo. Él ha decidido no hacerlo todo, por eso, llama y sigue llamando a la gente para convertirla en “pescadores de hombres”. El establecimiento del Reino de Dios pide que colaboremos con Jesús en esa misión.
En las confirmaciones y donde quiere que vaya trato de hablar de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. ¿No te gustaría responder a la pregunta del Señor sobre tu disponibilidad? Como lo hizo Isaías y más tarde Pedro y sus compañeros: “Aquí me tienes, mándame a mí.”
Se necesitan voluntarios para la misión de proclamar la Buena Nueva, que es (2º lectura): Jesús murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día, y nosotros estamos llamados a participar de la misma. Todo un mensaje de Buena Nueva.
Nuestra fe se fortalece, nuestra conversión se profundiza, nuestra santidad se realiza, nuestra misión se cumple cuando permitimos que Dios opere en nosotros sin que le pongamos obstáculos ni cortapisas. El ejemplo más sublime de vocación lo tenemos en la Santísima Virgen. El llamado fue divino, la respuesta perfecta: ‘Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu voluntad’ (Lc. 1,38).
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