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martes, 2 de noviembre de 2010

Parroquia: funerales





















La celebracion de un funeral, o mejor, la celebracion de la vida de un cristiano, es una de las ceremonias que mas me acerca a las familias. Salvo excepciones, que siempre las hay, la familia del difunto esta a la escucha, deseando y pidiendo a traves de la expresion corporal unas palabras de consuelo y esperanza. Esta no es una celebracion como otra cualquiera. Las familias entran en la iglesia sintiendo una gran perdida y muchas de ellas celebran la misa con esa sensacion: la de haber perdido al abuelo, al padre, a la madre, al esposo o la esposa, al hijo o la hija, al amigo o la amiga.

Por eso, desde el comienzo de la misa es necesario compartir el aspecto de celebracion que este encuentro tiene en la Iglesia: la misa no es solamente para llorar la muerte del difunto sino para celebrar su vida y compartir su fe. Los cristianos no celebramos la muerte, celebramos la vida: la vida como don (no nos pertenece), la vida como cambio y transformacion, la vida como misterio y encuentro.

Es muy necesario que los familiares escuchen que no vienen a la iglesia a "enterrar a un ser querido" sino a ofrecerlo a Dios; con ello, al mismo tiempo dan testimonio de su propia fe y de la fe del difunto. Curiosamente, la mayoria de las familias no saben por que cubrimos el ataud con una tela blanca (palio). Esa tela blanca nos refresca la memoria porque esta identificando a una persona bautizada. Cuando esta persona nacio, ya entonces, los padres y padrinos reconocian que su vida era un don, del cual ellos no eran los duenos. Esta persona fue traida a la iglesia por sus familiares y amigos para recibir el bautismo y ser ofrecida a Dios, como es traida tambien hoy, el dia en que es ofrecida de nuevo a Dios.

Hay dos maneras de vivir: recibiendo, agarrando, apropiando, conquistando, etc, o dando, ofreciendo, compartiendo, regalando, etc. Para el seguidor de Cristo solamente hay una manera de vivir: compartiendose, ofreciendose, dandose... y eso es lo que hacemos durante la celebracion de la Eucaristia: ofrecemos a Jesus al Padre y, junto a El, la vida de una persona que ha llegado al final de su peregrinacion. Para la persona o la familia que vive como si fueran los duenos de todo lo que tienen y han recibido, esto es tragico y dramatico porque la cruda realidad es que no somos duenos absolutos de nada: un accidente, una perdida, la muerte..., nos pone en evidencia.

Esta celebracion de la vida es un momento muy oportuno para recordanos que Dios no nos dio la existencia para quedarnos con ella sino para darla. Otra cosa es lo que nosotros hagamos con ella.

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