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viernes, 26 de noviembre de 2010

Primer domingo de Adviento: Espera, esperanza y conversión, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Isaías 2,1-5
Salmo 122
Romanos 13,11-14
Mateo 24,37-44

Comenzamos el año litúrgico con este primer domingo de Adviento tomado de la Liturgia de la Palabra del Ciclo A. Leeremos durante la mayoría de los domingos el evangelio de San Mateo.

La vida del ser humano, para ser vida necesita de la virtud de la esperanza. La esperanza incluso da sentido a la misma vida, es la que nos mantiene vivos trabajando sin desfallecer por lo bueno, por lo que deseamos conseguir. El estudiante espera el día de su graduación, el enfermo su recuperación, el soldado busca la paz, los padres el éxito de sus hijos, el trabajador poder disfrutar del fruto de su trabajo, el viajero llegar sano y salvo a su destino. Todos esperamos por lo mejor. El que pierde la esperanza, pierde vida, comienza a vivir su desesperación y muerte.

El Adviento es el tiempo de la espera y de la esperanza. El Antiguo Testamento nos habla mucho de ese esperar, de la andadura hacia el cumplimiento de todo lo que anuncia y promete. El gran profeta, Isaías, hoy soñando en una Jerusalén residencia de Dios, de donde sale la Palabra de Dios, donde y cuando se "convertirán sus espadas en arados, sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación".

Todavía no hemos llegado a que ese sueño se realice, pero no perdemos la esperanza y aunque hay hambre y sed en el mundo, aunque la violencia y la guerra todavía imperan en muchos lugares, aunque se sigue destrozando este planeta que Dios nos encargó cultivar (cuidar), aunque todavía vemos y sufrimos las consecuencias del terrorismo, de la xenofobia y las enemistades causadas por el extremismo de algunos nacionalismos. No, no perdemos la esperanza porque hay muchos que siguen "caminando a la luz del Señor".

Ésta nuestra Iglesia local está haciendo un esfuerzo extraordinario para realizar una nueva evangelización, para invitar a que vuelvan aquéllos que se alejaron, aquéllos que se han olvidado del mensaje de Cristo. Todos estamos llamados, sin excepción a ir acercándonos más y más al Cristo, a ese Cristo cuyo nacimiento nos preparamos a recordar y celebrar, al mismo tiempo, como la liturgia del Adviento nos sugiere, a estar alerta y dispuesto para su segunda venida.

Al hablarnos de la salvación, Pablo en su carta a los Romanos (2º lectura) nos recuerda el cambio que debemos hacer, dejando de lado esa sin sentido y dirección que a veces llevamos, por una vida "revestida de Jesús", una vida "portándonos con dignidad... nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y libertinaje, nada de envidias y rivalidades, simplemente revestidos de Jesucristo el Señor".

La lectura evangélica parte del discurso apocalíptico que nos presenta a Jesús respondiendo a sus discípulos en cuanto al tiempo de esa su segunda venida. ¿Cuándo será? Nadie lo sabe, sin embargo, les da algunos consejos, pues se parecerá al diluvio en tiempos de Noé, que llegó cuando menos lo pensaban pues pasaban sus días comiendo, bebiendo y casándose sin prepararse para dicho acontecimiento.

Para enfatizar más la necesidad de estar preparados les propone la parábola del ladrón, que como tal llega sin avisar y por eso reflexiona que si el dueño de la casa estuviera avisado de la hora, o estuviera siempre en vigilancia, no sufriría el saqueo de sus propiedades. Concluye el Señor con la advertencia: "Lo mismo vosotros, estad preparados; porque a la hora en que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre".

Esta Nueva Evangelización es una oportunidad más para conocer íntimamente al Señor y revestirnos de Él. Esta Nueva Evangelización es un llamado a la conversión radical. Esta Nueva Evangelización es una invitación al encuentro con el Cristo vivo, resucitado. Es una exhortación para alcanzar un nuevo entusiasmo por el Cristo que vino, por el Señor que vendrá, por el Emmanuel/ Dios con nosotros que nunca nos abandona.

Al prepararnos para estas Navidades que se nos acercan, ojalá sepamos usar los días para echar lejos de nosotros, de nuestras familias, de los ambientes en que nos movemos todo aquello que nos pueda impedir un encuentro personal con el Niño Jesús, quien por treinta y tres años vivió entre nosotros, como uno de nosotros, y continúa siendo uno de nosotros.

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