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miércoles, 27 de octubre de 2010

Que el mal no te haga mal (y 2)



Algunas personas llegan a darse cuenta que no son tan buenas como ellas creían, sobre todo, cuando son heridas en su orgullo. Cuando escucho a estas personas no puedo evitar una sonrisa de esperanza que casi siempre alivia un poco la tensión que sienten.

El mal, la ofensa, la humillación, nos duele y a menudo desata en nosotros una pequeña bestia (por llamarla de alguna manera) que no nos gusta y que sería capaz de casi todo si la dejáramos suelta. El primer paso para controlar a esa fierecilla es reconocerla como es, sin excusarla, sin justificarla, pero sin condenarla; en lugar de eso, contradícela, porque te ayudará a conocerte mucho mejor.

Algunas personas no se dan cuenta de que ellos no son esa bestia, por eso, cuando sienten su presencia se ven a si mismos de una manera muy diferente: hinchados de poder y energía devastadora. Esta experiencia puede alterar de tal manera nuestra personalidad herida y debilitada por las propias contradicciones y fracasos que nos sentimos bien e incluso satisfechos en compañía de la fiera que se despierta dentro de nosotros cuando nos sentimos ofendidos.

Pero hay muchas personas que saben reconocer a ese animal y aunque no sepan qué hacer con el, son capaces de decir: no quiero ser así. En tal caso, les digo, el mal en lugar de aniquilar tu personalidad es una ayuda pues te sirve a reconocer algo que no eres y que, sin embargo, está en ti.

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