viernes, 9 de diciembre de 2011

Tercer domingo de Adviento, Año B, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.

Isaias 61,1-2.10-11
Salmo Lc 1,47-50.53-54
1 Tesalonicenses 5,16-24
Juan 1, 6-8.19-28



Otra vez nos encontramos con el profeta Isaías (primera lectura). Estas pocas líneas nos hablan de la acción de Dios: "Sanación, liberación y anuncio de bendición". Lejos están los castigos y maldiciones, es hora de construir una "nueva Jerusalén", hay que hacer "una nueva creación", la cual no estará basada en piedras y otros materiales por más preciosos que sean, sino en el amor y la misericordia de Dios, o sea en un material que nadie podrá destruir, ni nos lo podrán robar, a no ser que nosotros lo permitamos.

En un mundo bastante comercializado como lo es el nuestro, en unos días como éstos que preceden a la Navidad, sería muy bueno que todos pensáramos qué clase de regalos podríamos dar, regalos duraderos, regalos con impacto, regalos adquiridos en la fábrica del Señor Jesús. Y si hacemos de esos otros regalos, de los que hay que pagar con dinero, que le demos el mejor y más caro al que más lo necesita.

En la segunda parte de la primera lectura, es el mismo profeta que en el nombre del pueblo habla del gozo y alegría por esta "renovación" de relación con Dios. Para expresar el gozo, de nuevo nos lleva a la fiesta de bodas: manto de triunfo, corona y joyas como se adornan el novio y la novia para expresar su felicidad.

En el evangelio (Jn. 1,6-8.19-23) nos encontramos escuchando las palabras de Juan el Bautista. El domingo pasado lo vimos actuando como precursor, en el evangelio de hoy le vemos como testigo. Sacerdotes y fariseos quieren saber la identidad de Juan y por estar tan preocupados en la persona y acciones del Bautista no ven a quien él les está anunciando: "en medio de vosotros, les dice, hay uno que no conocéis…"

Yo no sé si a veces nosotros no vivimos en plena felicidad, porque nos vamos por las ramas, porque buscamos donde no hay, porque compramos lo que no vale, porque gastamos lo que no tenemos. Tal vez deberíamos darnos cuenta de la advertencia de Juan Bautista a la gente de su tiempo: lo tenéis al alcance de la mano, delante de los ojos y no conocéis la verdadera felicidad, no sabéis alargar la mano hacia ella, no habéis abierto los ojos para conocerla.

Busquemos el regalo perfecto, Jesucristo está en medio de nosotros, en el hermano y hermana, en la Palabra, en la Santa Eucaristía, y seguimos sin conocerlo, Él que vino para que tuviéramos vida, vida en abundancia, sigue siendo el desconocido para muchas gentes, incluso entre los que nos llamamos cristianos y nos proclamamos sus seguidores.

El bautismo de agua (Juan) es purificación, pero el bautismo del Espíritu (Jesús) es transformación, es la nueva creación en Cristo Jesús y nosotros somos parte de esa nueva creación si lo reconocemos y si lo aceptamos, de lo contrario nos quedamos en un "mero sobrevivir" en vez de un "vivir a plenitud".

El apóstol Pablo (segunda lectura) insta a los tesalonicenses a varias cosas: "a la alegría, a la oración constante y a la acción de gracias". Más todavía, les insta a "no apagar el Espíritu". Cabe aquí hacernos una reflexión: Estamos viviendo en un mundo organizadísimo, cada segundo cuenta, cada cosa en su lugar, reuniones de planificación, exámenes de calidad, notas, documentos, edictos, guías y directrices, ¿dónde está el Espíritu en medio de todo ésto? Ese Espíritu que sopla donde quiere y como quiere.

En el salmo (Lc 1,47-50.53-54) de este domingo decimos: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador."

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