viernes, 22 de julio de 2011

17 Domingo del Tiempo Ordinario, A, por Mons. Francisco González

1 Reyes 3,5.7-12
Salmo 118
Romanos 8,28-30
Mateo 13,44-52

La primera lectura (1Re. 3, 5.7-12) es interesantísima. Creo que toda persona, incluso en la Iglesia, que tiene algún cargo oficial de responsabilidad, debe leer muy atentamente este pasaje y reflexionar sobre el mismo. La llamada telefónica, la carta oficial o el e-mail que nos anuncia el nombramiento o cualquier otro medio de comunicación, no nos trae la necesaria sabiduría para el desempeño del oficio. Así lo entendió Salomón y por eso creo que su gran sabiduría fue el pedir la sabiduría. El reconoció que al heredar el trono de su padre, no significaba heredar los dones de su padre. El “enséñame a escuchar” del joven rey es el comienzo de la verdadera sabiduría, su humildad le propició su grandeza, su tesoro fue el querer gobernar sabiamente.

El evangelio de hoy (Mt. 13, 44-52) nos presenta tres parábolas (comparaciones) para darnos una idea de la importancia del Reino de Dios (de los cielos): el tesoro escondido, la perla y la red. Ante el Reino de Dios uno vende, se deshace de todo lo demás para conseguirlo.

Alguien ha sugerido que a veces hay quienes consiguen maestrías, licenciaturas y doctorados en las ciencias sagradas, pero que en algunos casos no han aprendido a ser discípulos del Maestro, lo cual es más difícil, pues implica reconocer la propia dependencia del autor de la verdadera Sabiduría. Tanto el hombre que descubre el tesoro escondido, como el mercader que encuentra la perla de gran valor, “venden todas sus posesiones” para poder llevarse el tesoro/perla.

Para poder aceptar el Reino de Dios tendremos que deshacernos de muchas cosas, especialmente de todo aquello que me impide ser ciudadano del mismo:

  • el pecado,
  • las actitudes contrarias a la convivencia y fraternidad universal,
  • el racismo,
  • la injusticia,
  • la opresión,
  • la corrupción,
  • el ansia por el placer y el poder,
  • el deseo desordenado por la riqueza,
  • la opresión del pobre,
  • la destrucción de la vida en sus comienzos,
  • la negación de su dignidad a los demas,
  • la falta de respeto a los individuos,
  • la proliferación de la violencia en todos sus aspectos.

Todo aquel que descubra o encuentre el tesoro (Reino de Dios), si lo desea poseer, tendrá que dejar muchas cosas, algunas de las cuales le va a costar. Es el sacrificio necesario para poder poseer el tesoro anhelado. Algo así parecido y a modo de comparación con lo que han tenido que sacrificar aquellas personas cuya ilusión/deseo/necesidad era conseguir “el tesoro” de venir a este país, y por eso dejaron atrás tanto, vendieron todo para conseguir lo que “el coyote” les pedía para ayudarles a cruzar la frontera.

¿Cuál es mi tesoro? ¿Por qué/por quién soy yo capaz de sacrificar lo mejor de mi vida? Si las dudas te impiden ver claro, reza pidiendo la sabiduría para discernir lo que debes hacer. Salomón pidió saber escuchar y así aprender. Dándonos tiempo a nosotros mismos para dedicarnos a la escucha de la Palabra de Dios puede ser un buen comienzo.

El tesoro/perla (el Reino de Dios, el seguir a Jesús) está ahí y la pregunta es obvia: ¿cuánto estoy yo dispuesto a sacrificar por conseguirlo? Recuerda hermano/a: “Sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios” (Rom 8, 28).

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